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lunes, 7 de abril de 2014

Nava: precursor de la transparencia


Por José Victoriano Martínez Guzmán

Cuando, en hojas pegadas a la entrada del Palacio Municipal, la administración encabezada por el Doctor Salvador Nava Martínez ponía a disposición de la población la información sobre los ingresos y los gastos del ayuntamiento, difícilmente podía ser una actitud propagandística en busca de la simpatía de los ciudadanos. No lo necesitaba.
Aquel gesto de transparencia, que no podía echar mano de los entonces inexistentes recursos cibernéticos de hoy con capacidad de hacer públicos prácticamente en tiempo real todos los movimientos de ingresos y egresos de la administración gubernamental, anticipaba por varias décadas el derecho de acceso a la información pública.
Hoy se atribuye a ese derecho, como una de sus bondades, tener la capacidad de contribuir a que las autoridades puedan recuperar la confianza de la población, perdida a lo largo de esas décadas en las que se dio la espalda a un ejemplo como el que dieron las dos administraciones navistas en la capital potosina.
Así de diametralmente opuesto resulta el ejercicio actual de la administración pública –con todo y obligaciones legales de transparencia– de lo que, en su auto calificación como democrática, debiera ser.
Los gobiernos verdaderamente aceptados por la mayoría de la población como los que encabezó Nava Martínez tuvieron en la transparencia, practicada con los recursos que tenían a su alcance, una forma de corresponder a la confianza casi ciega que ya tenían de parte de la ciudadanía.
Los gobiernos actuales, propagandísticamente democráticos, ven en la transparencia una amenaza que, de cumplirse a cabalidad, exhibiría con mucha claridad las razones por las que han perdido la confianza de la ciudadanía y, en los hechos, son más usurpadores que representantes populares.
Tal circunstancia los lleva a empeorar la situación: echar mano de los recursos a su alcance –millones y millones de pesos tomados del erario– para armar campañas propagandísticas para engañar a la población con una transparencia simulada. Pagar impuestos se convierte, incluso, en cooperar para ser engañado.
El ejemplo de Nava, de exhibir las cuentas aun sin obligación de hacerlo, pone de manifiesto cuál es la verdadera actitud que debe tener quien ocupa un cargo de representación popular y exhibe la forma en que hoy se desaprovechan los recursos tecnológicos que permitirían el ejercicio de gobiernos más cercanos a la población.
Cumplir mínimos de transparencia es una señal de falta de verdadera voluntad democrática, de la que no se puede esperar esfuerzo alguno para que la poca o mucha información que se haga pública sea presentada de manera accesible y entendible para la mayoría de la población. Es más fácil que recurran a la opacidad por exceso.
Como lo expresó Francisco Martínez Nieto, estudiante de una maestría en Comunicación de la Ciencia, quien prepara una tesis sobre los blogs como medios de comunicación directa entre científicos y público: “si la divulgación se reduce a una rendición de cuentas, entonces constituye un proceso unidireccional, jerárquico y en muchos casos hasta propagandístico”.
Hoy la propaganda oficial pretende ganar la confianza ciudadana con una transparencia a medias, sin una voluntad democrática como la que llevó a los gobiernos de Salvador Nava Martínez a publicar, en una especia de periódico mural, sus cuentas y a ponerlas a disposición en la tesorería para que deseara una mayor explicación.
Así, Nava era una verdadera representación de la expresión ciudadana en contraste con la hoy desconectada expresión desde el poder, que obra sin tomar en cuenta a la ciudadanía, a la que alude sólo como demagógica justificación de actos impopulares y a la que somete con propaganda que la anestesia.

Si Nava, hoy que se cumplen cien años de su nacimiento, valorara la situación, lamentaría en lo que se han convertido los políticos y sus partidos, pero seguramente lamentaría más la inacción y sometimiento ciudadano.

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