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domingo, 11 de mayo de 2014

La causa de la causa…


Por José Victoriano Martínez Guzmán

La causa de la causa es causa de lo causado. Es un principio del derecho que aporta una lógica que en este momento aplica con tal contundencia, que la iniciativa de Ley Boris resulta de una ridiculez, con un toque de cinismo, que exhibe lo peligrosa que es la clase gobernante, sin la más mínima conciencia de su representatividad.

La gran mayoría de las manifestaciones que pretenden regularse tienen su origen en un acto o en una omisión por parte de la autoridad, cuya actitud sirve más para generar motivos de protesta que para la solución de los problemas que aquejan a las mayorías.

Los ejemplos están a la orden del día. El pasado viernes un grupo de policías impidieron, sin motivo alguno, al grupo de estudiantes #YoSoy132 realizar las actividades que tenían previstas en la Plaza del Carmen.

Pusieron la causa y los estudiantes bloquearon el único carril disponible de la avenida Constitución frente a la Alameda, porque en el otro la autoridad toleraba una invasión de ambulantes.

Vino el caos vial, gente a ver de qué se trataba y algunos que protestaban contra la protesta. La mayoría de los automovilistas afectados buscaba una solución, al grado de que, en cosa de 15 minutos, ya se habían organizado y despejado el área al habilitar la circulación en sentido contrario del lado de Manuel José Othón.

El breve lapso que duró la manifestación, no obstante, fue de una creciente tensión alentada por la propia autoridad que la había provocado. Un policía que dijo llamarse Valente se acercó a un franelero que reclamaba su derecho de tránsito y le dijo: “Aviéntateles, síguele”.

“No los incite”, se le comentó. La respuesta fue “soy la autoridad y sé lo que hago”. De poco sirvió explicarle que como autoridad no debe provocar la confrontación entre particulares, porque su reacción fue un retador “denúnciame”. “Lo haré”, se le dijo y de inmediato sacó su celular para fotografiar a su interlocutor.

Se le advirtió que su acto intimidatorio era motivo de una queja adicional por atentar contra el derecho de protección de datos personales. “Quiero tener la fotografía del que me va a denunciar”, respondió en tono amenazante y momentos después dio instrucciones a dos policías: “remítanlo si me sigue tomando video”.

Pudiera parecer un incidente menor, pero retrata fielmente la actitud de una autoridad sin conciencia de que están al servicio de la población y de la protección de sus derechos; una autoridad ignorante de los principios que la rigen, y que difícilmente puede asumirse como la causa de lo causado.

El mismo viernes, en Casa de Gobierno, los vecinos de la Avenida Muñoz conocieron otra faceta de la misma actitud. Fueron recibidos por un gobernador que dejó entre sus visitantes la impresión de que está empecinado en seguir una obra que rechazan los presuntos beneficiarios porque han expuesto hasta el cansancio los perjuicios que les provocará.

La causa de la causa está puesta. La causa de lo que la Ley Boris pretende regular en un control de los síntomas para dejar oculta la verdadera enfermedad. No hace falta una Ley Boris, hace falta que la autoridad sea responsable, para eliminar la causa de lo causado.

Promovida desde la autoridad, una ley como la que propuso el diputado Alejandro Lozano, junto con las que han surgido en otras partes, no puede representar más que una confesión cínica de la poca voluntad que tienen de atender a sus obligaciones como funcionarios públicos al servicio de la población.

La propia iniciativa de Ley Boris es un ejemplo de lo innecesaria que resulta. ¿Cuántas manifestaciones ha provocado su intención de atentar con esa ley contra un derecho consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos?


No hace falta regular las manifestaciones, hace falta obligar a quienes las hacen necesarias a asumir su responsabilidad. Como contrapeso del Poder Ejecutivo, ¿cuántas manifestaciones podría evitar el Legislativo si obligara al gobernador a cumplir con sus deberes constitucionales?

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