Pederastia, con la camiseta al revés
Por José Victoriano Martínez Guzmán
¿Cuántos asuntos públicos se convierten en
conflicto por que se malinterpreta una presunta protección al prestigio de la
institución y se opta por ocultar la falta de uno de sus miembros como si fuera
una falla del todo? ¿Cuántos casos de estos exhiben la incapacidad de quienes
encabezan las instituciones para representarlas en lo que realmente son?
La reacción del arzobispado potosino en el caso del
sacerdote Eduardo Córdova Bautista exhibe la forma en que una institución es
capaz de moverse en posicionamientos tan contradictorias que pasan de reconocer
la existencia de quejas a pedir pruebas y descalificar a quienes revelaron las
denuncias, para finalmente llegar a presentar denuncias en contra del cura.
Movimientos que dejan ver las posturas que debaten
al interior de la institución para adoptar una versión pública que, lejos de
enfocarse en que se haga justicia para las víctimas, tienen la mirada puesta en
salvaguardar lo mejor posible el tan vapuleado prestigio de la Iglesia
Católica, por la frecuencia de los casos de pederastia revelados.
La poca confianza que inspira tan errática forma de
actuar no hace más que trasladar a la institución gran parte de la culpa que
debiera recaer en uno de sus miembros, en un efecto contrario al que buscaban,
por tratarse de un mal que ellos mismos propiciaron al no tomar las medidas
necesarias desde el primer indicio de la existencia de abusos por parte de
Córdova.
Pudieron evitar decenas o cientos de víctimas,
mantener el caso en la dimensión de un mal elemento de su congregación y, de
haber actuado abiertamente y con transparencia desde la primera queja,
ahorrarse el que ahora se hayan convertido en cómplices, porque bien se ha
dicho que tolerar una injusticia es provocar otra.
Anteponer la imagen de la institución confunde, al
grado de llegar a considerar a sus integrantes como su personificación. Lo que
haga o deje de hacer la persona es lo que vale o deja de valer la institución.
Una situación que hace recordar al funcionario que reprochaba
al compañero que, en atención a la Ley de Transparencia recién entrada en
vigor, pedía que se hicieran públicas actas, movimientos bancarios y demás
información que mostrara a la ciudadanía el desempeño de la institución.
“Póngase la camiseta del Congreso”, era el reclamo
con el que le pedía evitar “exhibir a los diputados”. “Revise como la trae
puesta Usted”, recibió por respuesta, “somos servidores públicos y yo la traigo
puesta con la vista a quienes debemos atender. Revise la suya, porque seguro la
trae al revés”.
Portar la camiseta de una institución es adoptar
una serie de creencias, ideas, valores, principios y representaciones
colectivas que deben condicionar las conductas para traducir tales conceptos en
actos concretos.
Desproteger a una víctima de pederastia clerical,
así sea en calidad de presunta, al no tomar medidas preventivas en tanto se
dilucida el caso, es más que volverla víctima de una nueva injusticia. Es
perder de vista los fines propios de la institución y, en consecuencia, atentar
contra ella misma.
Si la reacción de la arquidiócesis potosina tiene
tintes de complicidad, la respuesta de las autoridades estatales muestra que
cojea del mismo lado, cuando su comunicación social poco se enfoca en mantener
informada a la sociedad y se apresura a boletinar versiones que deslinden al
gobernador (http://goo.gl/OVQ6n0) de omisiones que afecten su imagen.
El caso Córdova Bautista, con las reacciones de una
jerarquía católica que envía un extraño mensaje al poner a la cabeza de sus
demandas a Armando Martínez, señalado como defensor de pederastas, y una
autoridad civil que reacciona cuando la presión social no le deja alternativa,
son un indicador del tipo de representación que tienen las instituciones.
Del mismo modo, muestra que el rescate de las
instituciones para lo que son y por lo que son, sólo puede tener como punto de
partida una presión social que reivindique derechos, sobre todo en este caso,
los de las víctimas.
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